lunes, 1 de abril de 2013

La elección del baloncesto


En este cuaderno de bitácoras he escrito sobre mis vivencias como entrenador. El último artículo las basé en la realidad que viví en el campeonato de España alevín e infantil. Como la mayoría de los entrenadores jóvenes, yo también soy jugador, por lo que os quiero narrar una cosa tan importante en mi vida como fue la elección de este deporte como acompañante de lujo.

No recuerdo quién me dijo que de pequeño tenías que conocer todos los deportes. Me lo tomé al pie de la letra. Comencé haciendo balonmano. Dicen que es bueno tener al balonmano como predecesor del baloncesto por el tema del agarre del balón y otra serie de factores. Después comencé mi andadura como tantos niños pequeños por el fútbol. Pero no sólo fútbol porque este lo compaginaba con tenis. También había probado voleibol y por supuesto todos los veranos y los sábados por la mañana de invierno tenía natación. Muchas cosas para un mocoso. Tenía que elegir.


Voleibol lo deseché de inmediato. No me gustaban los deportes en que no había contacto. Por lo que el tenis también lo dejé y la natación la deje sólo para los veranos. El balonmano hace tiempo que lo había dejado por culpa de un ‘mal llamado entrenador de pueblo’. Pero esa es otra historia que merece entrar en pormenores.

Recuerdo que el primer año teníamos un pedazo de entrenador, licenciado, y con muchas ganas de aprender. Nos transmitía su ilusión. Queríamos conocer este deporte que tan poco se veía por las calles. Mi padre el pobre (ahora mismo se me están saltando las lágrimas), no abrió su pequeña frutería por la tarde porque me empeñé en que necesitaba un balón de balonmano para poder entrenar. Recorrimos todos los altares y nada que no encontrábamos el dichoso balón de balonmano. Al final creo que nos engañaron y en una pequeña tienda nos dieron uno pequeño de fútbol sala. Pero qué más da, yo era el niño más feliz del mundo con mi balón de handball.

En nuestro primer año de alevines fuimos campeones de la comarca. Ganábamos todos los partidos con una facilidad pasmosa. Me había enganchado a este deporte, la elección ya estaba tomada. Al siguiente año, volvimos a ir el mismo grupo de siempre. Pero al ver que ese deporte había tenido un éxito de resultados, atrajo la atención de numerosísimos niños. Los más cafres, que sólo irían los primeros días para incordiar. Pero ese no sería el problema, al menos si siguiese nuestro querido entrenador. El fracaso absoluto de este deporte en mi pueblo fue que nuestro ayuntamiento colocó a un ‘mal llamado entrenador de pueblo’. No supo controlar a los niños más nerviosos, juntó en mismos grupos a muchos niños de diversa edad, el equipo anterior del siguiente año se disolvió,… total, a pesar de mi amor hacía este deporte, lo dejé. Ahora, servidor sigue escribiendo sobre balonmano en ocasiones y en mi pueblo la práctica deportiva de este deporte no duró más allá de ese año citado.

Por aquellos entonces, la mayoría de mi equipo se mudó a otro deporte parecido que también se jugaba con las manos. No eran las porterías rivales el objetivo, ahora se trataba de canastas. Sí, el baloncesto entró en juego en mi vida. Comencé a jugar a baloncesto pero todavía seguía en fútbol. Compatibilizaba ambos deportes. Iba a todos los entrenamientos y partidos salvo cuando me coincidían. Una temporada aguanté así. Que estrés tuve ese año, no se lo recomiendo a ninguno de los chavales porque al final ni haces una cosa ni haces otras.

La elección definitiva fue a la siguiente temporada. Yo siempre jugaba en el fútbol todos los minutos. No tenía competencia en el puesto de central. Pero al siguiente año sí la tuve. Comencé en el banquillo la temporada. Y me dije a mí mismo, “bueno, no pasa nada, tendré que trabajar más”. Recuerdo aquellas semanas que llegaba a casa destrozado. No podía correr más en los entrenamientos, no podía pelear más en cada jugada. Lo daba todo. Mi “rival” en la lucha por el puesto era el típico crack que pasaba del tema. Ni corría, ni hacía los ejercicios, hasta pasaba del entrenador fumándose los cigarrillos a escondidas mientras los demás compañeros dábamos las vueltas al campo de fútbol.

Llegó un día clave. Era el derbi de nuestro pueblo. C.D. Brenes contra Brenes C.F. Yo sabía que jugaría de titular porque por aquellos entonces entendía que el sacrificio acarreaba obligatoriamente beneficios. Mi padre en la grada. En los instantes previos al salir al campo el entrenador no dijo mi nombre. Me sentí fatal. Minuto 10 de partido, el central titular no estaba haciendo las cosas bien y mi entrenador me manda a calentar. Justo en ese momento, metemos gol y me dice que vuelva al banquillo. A falta de dos minutos para acabar el partido me vuelven a mandar a calentar. Y a falta de 30 segundos me dice que entre. Con las lágrimas en la cara le dije que no, que no entraba.

Puede que fuese una rabieta de niño chico la mía pero no concibo como un pequeñajo de 10 años puede estar todo el rato sentado en el banquillo sin sentirse mal por no poder participar. No entiendo como no es obligatorio que todos los niños que se encuentren en un partido deban jugar. Otra cosa es que el niño se merezca ir o no al partido. También hay que ganarse en los entrenamientos el poder participar. En baloncesto lo tenemos bastante asumido con las reglas impuestas en edades de formación.

¿Serían necesarias todas estas normas si los entrenadores fuésemos coherentes? Absolutamente no. Pero por desgracia el mundo en el que vivimos la anarquía no nos lleva a ningún lado, necesitamos una serie de normas. Y normas para que todos los niños puedan jugar a su deporte favorito durante un partido diga lo que diga el entrenador de turno que sólo mira el marcador al final del partido deberían ser una realidad.

Mi elección final fue el baloncesto.

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